“SON MÁS LOS QUE MUEREN DE DESAMOR” DE SAÚL BELLOW
Otra vez las espadas y los espejos. La felicidad es fácil. Lo fácil de la
felicidad no es la facilidad sino el cada día. Es decir, lo distinto y
cambiante. Los obstáculos, la identidad, lo permanente por frágil, los pedazos
de un mundo que se rompe con el simple contacto de nuestras manos ávidas. El
aburrimiento y la indiferencia también son cimas. Cimas, otro espejito. Las
imágenes son himalayas pasajeros pero lo que nos dicen perdura. Cada uno de
nosotros es un espejo y lo que reflejamos nos inventa. Para todo hay término y
hay tasa. Por ejemplo, esta novela es mi Bech.
Si
“Herzog” fue la causa primera de su premio Nobel, por qué no podemos suponer
que este motor inmóvil es la piedra movediza y si ustedes quieren inquietante.
Escrita
con el desparpajo de la sabiduría que se come las uñas, su prosa es de las que
se esconden en sí mismas para mostrarse como son pero naturalmente invisibles.
No hay nada mas concreto que esta rosa abstracta cuyo cobre sonríe como un
Gardel judío desde el bronce implacable de sus muchas estatuas.
A
las raíces de este árbol hay que regarlas con la tinta seca del animal
sangriento de su otoño y con el amarillo de las noches y con la roja lengua del
alba.
La
antirretórica es una retórica más estridente pero la retórica de Saúl Bellow no
es un fondo de ojo sino un fondo de alma.
Es
tan difícil imaginar a Saúl Bellow escribiendo aljibe como a Macedonio
Fernández joven y sin sobretodo o sin guitarra.
constantino
mpolás andreadis
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