antes de meterme en la cama con ella, puse mis zapatos en el armario. no sea cosa que si nos sorprendiera el marido, esos zapatos ajenos me delataran. como siempre o casi siempre sucede, la cosa anduvo, bien o mal, pero bien. sólo que cuando quise recuperar mis zapatos, en el armario aparecieron, como cucarachas o ratas, miles, millones de zapatos. resignado, me tuve que conformar con llevarme los zapatos de otro. no sólo no tenía tiempo, ni siquiera en una eternidad hubiera podido encontrar los míos.
21-11-2008
constantino mpolás andreadis
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