viernes, 7 de mayo de 2010

iba todos los días a la estación, para ver pasar el único tren que no pasaba nunca. la estación ya no era la estación, hacía tanto que había dejado de serlo, que ni siquiera quedaba de ella el banco donde él se sentaba todas las tardes para ver pasar ese tren que se dirigía quién sabe adónde. de la estación, sólo quedaban los rieles tapados por la hierba, y una campana muerta, volcada, que nadie se atrevía a tocar, entre otras cosas, porque en el pueblo no quedaba sino un sólo habitante, que era él, sin contar las alimañas y un par de gatos salvajes. sin embargo, él no dejaba de acudir a esa cita imposible. sabía, sin saberlo, que su destino finalmente era ése. en nada diferente a cualquier otro destino, y quizá más heroico o más humano. un día se acabó, como se acaba todo en este mundo, y fue como si el tren que esperaba, el mismo tren de siempre, hubiera dejado de pasar, y esta vez para siempre
1989
constantino mpolás andreadis

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