EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA
Prosa de brocha
gorda y trazo fino, su prosa es de reloj, de pajarito muerto en la vereda. Como
le pasa a los más grandes escritores, no carece de la debilidad por la palabra.
Pero se recupera de este ahogo, sobrelleva la asfixia de este abanico.
El peso de
Hemingway y de Faulkner, lo compensa con las espaldas del anciano Borges. Y
sabe aprovechar, las aprovecha, las enseñanzas del hombre de la calle: el que
no sabe ni leer ni escribir, porque si lo supiera no sería tan sabio.
Estoy leyendo
"El amor en los tiempos del cólera": un García Márquez más recatado y
tan hondo como siempre.
Definitivamente
personal, se repite para no repetirse. Coronado, no rehúsa la gloria, ni la
guayabera, ni la guayaba. Su literatura tiene el sabor del hombre; el sabor de
la hembra que se esconde debajo de sus pechos, como un chico debajo de la mesa,
travieso y tímido y pobre y millonario.
Su cara lo delata:
su cuna no es de oro. Sus modales son bruscos, igual que sus novelas. Sus
personajes no son más que personas, y si de carne y hueso son eternos.
Trajo la vida, se
jugó por la vida. No pudieron con él los estructuralistas. Sin enfrentarlos,
los derrotó sin sangre. Ninguno como él (salvo Cervantes) para luchar por las
causas de antemano perdidas.
Quedará para
siempre su creación infinita. Más o menos grandiosa. Más o menos mortal. No
menos inmortal que una sonrisa.
1990
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