JAMES ELLROY Y ELMORE LEONARD
Ahora sí, ahora de nuevo, lo viejo,
lo que ustedes, es un decir, ya estarán esperando.
El salto mortal del escritor eterno.
Estas
notas, ni crípticas ni críticas ni crónicas ni cómicas, pero tan poco serias
sin embargo, apuntan, háganse a un lado (y ni siquiera hace falta que
se hagan a un lado), a la literatura policial, esa literatura de segunda mano y
de primera, cuyo centro es Poe, y cuya cima es “La piedra lunar” de Wilkie
Collins.
Para hablarles de Carver, prefiero
hablarles hoy de James Ellroy y Elmore Leonard.
Nadas de extravagancias (con el
“Estravagario” basta y sobra) ni de la silicona y el cilicio de las
exageraciones de salón. Este siglo (que ya pasó) es más … . Perdón: guardemos esta palabrita en el cajón
de la cómoda, junto a la barrita de azufre y a la no menos inolvidable barra de
la esquina. Muchachos, si supieran todo lo que me falta por saber. Es decir,
por llorar. O sea, para morirme del todo. Pero, en fin, qué le vamos a hacer,
sigamos tirando o estirando las piernas. Como quien no quiere la cosa, sigamos
recorriendo Buenos Aires: después de todo, todos alguna vez fuimos Gardel.
Bueno, ya es hora, ya es ahora, de
que les hable, para ir al grano, de esos dos escritores que son uno: el
novelista policial. Y lo que quiero decirles es simplemente esto: la literatura
(por ejemplo, Proust) es irrespirable sin ellos. Sin la prosa sabiamente
descuidada y directa de Raymond Chandler no existirían ni Ellroy ni Leonard
pero tampoco Shakespeare. Sí, no se rían: ¡hay que pasarle el plumero a los
retratos!
Que “La divina comedia” sea inmortal
no quiere decir que no haya que matarla de vez en cuando y hasta traducirla al
japonés (no digo al boliviano, para no tener que aguantarme el arrorró de la
ópera rock de los Derechos Humanos).
El
último que pague la luz.
constantino mpolás andreadis
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