ISIDORO BLAISTEN - “A MÍ NUNCA ME DEJABAN HABLAR”
Vamos a saludar al ruso Blaisten. Con los ojos para adentro, vamos a guardar esas monedas, vamos a fecundar ese horizonte. Palabras desparramadas como obeliscos, cucarachas del sur, ulises de entrecasa, conformémonos con el bueno de Isidoro, con su San Martín sin patillas, reciénnacido y feo. Con el almanaque quemado y un diente flojo, destapemos la botella de esta literatura, conversemos el vino de estos cuentos sin causa, no casuales, rebeldes hasta el cuervo de Cortázar y el amarillo de Poe. Con la oreja cortada de Van Gogh, quiero decir, repartamos las cartas de este truco infinito, a contraluz, a contraflor, a corazón de restos y a caballo de Troyas. El sombrero, como se debe, en el sobaco: después de todo, todo argentino que se precie es un inmigrante despreciado. La envidia, muchachos, esa rosa anacrónica y futura, ese naipe marcado, ese revés de cielo, ese mercado vacío, dejado atrás, desesperado y rengo. Claro, por supuesto que esta elegía es de tranvía, de buzón de la esquina, de alegría, de calesita y furia, de fracaso en fracaso, de ramo de verdades y vestido de novia. Cómo salir, cómo atrasar el apuro, la vida que nos deja, el cuento que se acaba, el ruso o barrilete, la nostalgia. Porque Blaisten es eso, nada de eso, un porteño cansado, un librero entornado, un don nadie o cualquiera, un despistado, que ninguno conoce, pero que ha escrito mundos, pensiones pasajeras, por si acaso.-
constantino mpolás andreadis
candremis@gmail.com
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