jueves, 1 de abril de 2010

NOTAS - FRANCISCO MADARIAGA

FRANCISCO MADARIAGA
Por fin encontré, con Bayley, mi Alberto Girri. Justo a tiempo demasiado tarde, se trata de don Francisco Madariaga. Notorio por su falta de notoriedad, el don que le atribuyo no nace de los muchos dones que me regala tanto.
Poesía de una picaresca neutra y épicamente caliente como un cántaro roto. Un cántaro que es el carozo de la luna es ese mendigo sediento de su rota sed.
Por la hendidura de la pluma de ese pájaro implume de una sola pluma se ven sus versos. Versos que se tocan con las manos y son invisibles al tacto del entendimiento.
No digo nada nuevo si digo que su idioma es el del corazón y los colores. Qué digo cuando digo que nos habla desde un volcán apagado como un león despierto al mediodía.
Yo digo lo que digo para intentar decir lo que no digo cuando digo que Madariaga es un poeta cimero y solapado como una flor marchita en la solapa de un dandy adolescente que ya pasó los setenta. Un dandy que nunca fue adolescente y que por eso, ahora, pasados los setenta, se pasea con una flor recién comprada en la solapa de su paraíso recuperado y fuera de moda por el centro de una ciudad extraña.
Es todo eso la poesía de Madariaga y por supuesto no es nada de eso sino todo. Como toda gran poesía que no es ni chica ni grande, la poesía de Madariaga no es otra cosa que una fruta recién mordida que siempre te manchará esa camisa nueva para siempre. Nueva y vieja pero siempre nueva, su poesía es tan vieja que se renueva con cada defunción del surrealismo eterno como Jarry caduco.
Yo soy de los que creen muy seriamente en las banalidades de Dadá. Tan pero tan seriamente que me río en la cara de los que se las toman en serio y me voy, sin vengarme para nada, a seguirme leyendo en Madariaga estas noticias frescas de lo que pasó mañana.

constantino mpolás andreadis

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